Estoy seguro de que Gonzalo Hirata no entretiene a sus nietos con cuentos de los hermanos Grimm, Andersen y Perrault, sino con anécdotas y episodios políticos. Y si salieron al abuelo, cuando se duermen se han de soñar en mítines o como huéspedes del Palacio Nacional (en los sueños hay que aspirar a lo máximo: son gratis, Andrés Manuel).
El profesor Hirata es un ameno conversador y lo que cuenta tiene el sello de garantía de quien lo ha vivido. No es raro, por tanto, que a la hora de la tertulia lleve la batuta de la conversación. Pero una cosa es disfrutar, en grado de entretenimiento, de uno o dos de los pasajes de su vida política aislados, y otra tenerlos, como ahora, en bloque y presenciar el desfile de los personajes que, junto con él, los han protagonizado. En estas condiciones se disfruta y se aprende, en grado de reflexión.
La narración rebasa el ámbito de las letras y se vuelve pintura mural, en el que un abigarrado conjunto de figuras diversas se presentan en escena sobre un común denominador: la acción política. Este mural literario se diferencia de los pintados pues en éstos las figuras se mantienen estáticas, y en este que el lector tiene en las manos, las figuras cobran vida, se mueven, actúan, gracias al sabor que le pone a la conversación el autor.
Es afirmación trillada que la política es apasionante. Yo digo que lo apasionante es observar a los políticos en sus grandezas y sus mezquindades, sus aciertos y sus fallas, cuando provocan el drama o cuando hacen el ridículo. No hay en este mural, perdón, en este libro, uno solo que no atraiga el interés de los lectores. Y no porque el autor, cuyo estilo es directo y sencillo, los cargue de adjetivos, sino por los hechos y las situaciones que les tocó en suerte vivir.
Carlos Moncada