La fría mañana del 4 de enero de 1954, en Hermosillo, Sonora, una mujer tuberculosa moribunda, antes de exhalar su último suspiro, hizo prometerle, al joven sacerdote que la había asistido espiritualmente los últimos seis meses de su vida, que se haría cargo de los tres hijos que dejaría huérfanos, hasta convertirlos en hombres de bien. El sacerdote cumplió su promesa e instaló a los niños en el campanario de su parroquia. Al cabo de seis meses, como los panes de Cristo, los niños en busca del cobijo de aquel sacerdote protector, se empezaron a multiplicar, convirtiendo la torre de la iglesia, en una suerte de refugio de palomas desamparadas.
Un año después, el sacerdote generoso, inspirado en el lema Paupertas est tuum asillum, que significa: “La pobreza será tu baluarte del desarrollo”, y la figura gigantesca de Eusebio Francisco Kino (el sacerdote jesuita explorador, cartógrafo, geógrafo y astrónomo italiano, que a finales del siglo XVII y principios del XVIII, se distinguió entre los indígenas de la pimería alta en el norte de Sonora y el suroeste de los Estados Unidos, por sus exploraciones y métodos de evangelización), inauguró una institución de asistencia que brindaría casa, comida y educación, a todos los niños desamparados que pudiera; su nombre: Instituto Kino. Cinco años después, una noche de marzo de 1961, un grupo de estudiantes normalistas y universitarios, echados a la calle por los patronos de la casa de estudiantes pobres donde vivían, le tocaron la puerta al sacerdote, pidiéndole su ayuda para encontrar un lugar donde vivir.
Dos meses después, bajo los auspicios del sacerdote filántropo, se inauguraba el Hogar Estudiantil Kino, una casa donde, bajo el lema “Por un espíritu de cuya dignidad preciso para ser”, se le brindaba techo y comida, a cualquier estudiante pobre que se acercara a buscarla. Veinticuatro años después, en 1985, el mismo sacerdote ponía en marcha los cursos académicos de la Universidad Kino, un centro de educación superior privada con colegiaturas bajas, para que cualquier estudiante pobre, pudiera estudiar becado hasta terminar sus estudios. Hoy en día, un niño que llega al Instituto Kino a iniciar sus estudios elementales, puede permanecer ahí y completar toda su vida escolar, hasta verse convertido en un profesionista.
El autor, miembro de una de las miles de familias beneficiadas por la generosidad de Mons. Pedro Villegas Ramírez, ha querido brindarle un tributo de agradecimiento al sacerdote protector, escribiendo la historia de su vida y la del emporio de asistencia social que construyó.