“¡La señorita Albertina se ha marchado!”, es la consoladora certeza que inaugura La fugitiva, quien fue La prisionera (título del volumen precedente) ha desaparecido y ello determinará el agitado vaivén anímico que ocupa casi la totalidad del presente libro.
Todos los personajes particularmente el narrador se mueven dentro de escenarios domésticos, rurales, urbanos que complementan su caracterización, No son simples telones de fondo sino, muchas veces, interlocutores de un estado de ánimo, o cómplices de sus pasiones y manías. Lo confirman en esta novela de la eterna playa de Balbec que acompaña la rememoración de la Albertina libre, o las excursiones de la joven por parajes rurales donde se explayan sus pasiones ocultas.
También la casa de Paris donde estuvo prisionera, lugar en el que las estancias conservan todavía el aire de sus simulaciones y acrecientan la obsesión del amante abandonado; o, una vez más, la mansión de los Guermantes, donde el traslado de un cuarto hacia otro sitio prominente tiene repercusiones. Sin olvidar a Venecia, siempre seductora en sus recodos, canales y mansiones.