Alejandro Dumas corona su trilogía con una auténtica obra maestra en la que por primera vez presenta al Hombre de la máscara de hierro.
Han pasado diez años desde el momento en que se cerraba Veinte años después, y Dumas nos presenta los días finales del cardenal Mazarino, siendo ya D’Artagnan capitán de mosqueteros. El objetivo del ya no tan joven mosquetero, junto con sus fieles compañeros, es llevar a Carlos II a recuperar el trono que su difunto padre perdió. Sin embargo, sus caminos se han bifurcado: Porthos intenta por todos los medios a su alcance ascender en la escala social francesa; Athos pugna por evitar la incipiente relación de su hijo Raúl con la bella Louise de La Vallière (quien a su vez ha quedado prendada del joven rey Luis XIV), y Aramis, cabeza visible de los jesuitas, ha descubierto un asombroso secreto: la existencia de un hermano oculto del joven monarca.
Sin embargo, hay cosas que parecen no cambiar pese al paso de los años: la corte de Carlos II no es tan distinta de la de Luis XIV: las aventuras pasionales, los secretos de alcoba, los celos, las envidias, las tramas más pérfidas corretean por los pasillos de palacio a la velocidad del viento. Aun así, los mosqueteros ponen a prueba su valor, su ingenio y su desparpajo en otro tipo de aventuras, y ceden el paso en los escarceos galantes a la generación que representa Raúl. Tampoco el ardor, la pasión y el profundo sentido de la amistad se han visto alterados lo más mínimo por el transcurso de los años.