En principio, El príncipe y el mendigo estaba pensado para un público infantil, y el propio Twain quiso probar la eficacia del manuscrito leyéndoselo a sus hijas.
Y, en efecto, la historia del muchacho pobre que se convertía en rey, mientras el verdadero príncipe aprendía humildad y misericordia entre la gente miserable, podía haber sido una de las invenciones que Tom Sawyer contaba a sus amigos.
Pero Mark Twain no quiso quedarse ahí. En esta obra pueden rastrearse algunas de las preocupaciones constantes del autor, tales como la superioridad de la democracia sobre los caducos regímenes antiguos, o su obsesión por el parecido y el desdoblamiento de personalidad.